“La buena música calma mi alma, me lleva a otro lugar, lejos de mis problemas”
¡Papá, yo quiero ser
como tú cuando sea grande! —exclamaba el chiquillo mientras reposaba en el
regazo de su padre; un hombre cercano a los 40 años, de cabello oscuro y
algunas canas asomándose con timidez. Su nombre era Kasper, y era un ex marine.
Había renunciado a su profesión algunos años atrás para dedicarse a lo que
siempre fue su verdadera pasión: la música. Cabe aclarar cuál fue la otra razón
para darse de baja: Kasper había perdido una pierna en combate. Ante los ojos
de Kassian, el pequeño niño pálido y flacucho de 5 años, su padre, ese hombre
instalado en el único sofá de la escuálida casa, era el héroe más grande del
mundo. ¡Y además era un mago! Sí, lo que Kassian presenciaba todas las noches
en su pequeño, pero feliz, hogar era mágico y siempre se hacía la misma
pregunta: ¿Cómo puede papá hacer que ese cajón tan grande y feo suene tan
bonito? Un poco después fue que descubrió que no se trataba de magia, ni de
algún poder fuera de lo natural; pero que al mismo tiempo se trataba de eso, y
de mucho más, a fin de cuentas, ¿qué es la música? ¿Acaso no es en muchas
ocasiones la fuerza que nos mantiene vivos?, ¿acaso no es capaz de curar hasta la
más profunda herida, esa que viene del alma? ¿Cómo podría eso lograrse sin un
poco de magia?
Las primeras lecciones de Cello resultaron frustrantes para
el pequeño niño que aún no podía siquiera diferenciar, sin pensar menos de
cinco segundos, cuál era la mano izquierda y cuál la derecha. Entre lágrimas
afirmaba que no podía hacerlo y su padre con voz tierna y sutil le repetía una
y otra vez: “Nunca digas que no puedes hacer algo. Tú eres fuerte. Eres mi
hijo. Y puedes lograr todo lo que te propongas. Llegarás lejos, hijo, sólo
confía y nunca te des por vencido, pues, sólo es imposible aquello que se deja
de intentar”. Y luego de secar las lágrimas de su hijo, la lección volvía a
comenzar.
La madre de Kassian, una hermosa mujer de facciones finas,
de quien el pequeño había heredado la mayoría de rasgos físicos, insistía en
que era una rutina muy estricta para un niño, que él debía jugar y recrearse
como los demás. Pero ella aún no descifraba que su hijo no era como los demás.
Por las venas de su hijo corría algo que lo hacía distinto al resto. Kassian
tenía un espíritu insaciable. Esto lo heredó de su padre.
El regocijo que invadió el alma del pequeño cuando logró
interpretar su primera pieza, con algunos fallos, por supuesto, fue algo
incomparable. Todos estaban reunidos en la sala cuando Kassian, con su melena
despeinada, sin calzado ni camisa y sólo un short, entró corriendo con el gran
instrumento en su mano y sin decir palabra alguna comenzó su gran función. Su
corazón latía desbocado, sus manos aún pequeñas pero más adiestradas en el arte
se movían temblorosas, una sobre las cuerdas del magistral instrumento y la
otra moviendo con timidez el arco, dando lugar a aquellos tonos bajos tan
perfectos que, al interpretarlos, sentía como éstos se deslizaban a través de
la vieja madera, arrastrándose como una sombra entre las cuerdas hasta fusionar
en la piel de sus dedos y desde allí viajaban por el interior de sus brazos, haciéndose uno con la sangre
que corría por sus venas, adueñándose de su cuerpo entero. La música se hizo
una con él. Ya no existía música sin Kassian, y ya Kassian no existía sin ella.
Por los ojos de aquel orgulloso padre corrían lágrimas de felicidad. —Te dije
que podías hacerlo—fue lo que le dijo al ruborizado y sudoroso niño en el abrazo
que apagó todos y cada uno de sus miedos. El abrazo que arropó su alma con esa
calidez que aún Kassian es capaz de sentir hoy día. Y que ni siquiera la gélida
guerra pudo enfriar.
... ¡Ah, la guerra!
Desde esa primera exitosa presentación de Kassian, todas las
noches la familia Fassbinder, formada por Kasper y Jahdia Fassbinder, además de
tres pequeñas niñas, se reunían para escuchar al nuevo músico oficial de la
familia y celebraban con gozo el progreso del mismo. Pero una de esas noches el
concierto no pudo finalizar... Gritos, disparos y algunas explosiones tomaron
el lugar que le pertenecía a la mágica melodía del cello. Todas las imágenes
son borrosas, todos los recuerdos se esfuman con el tiempo, pero ese grito de
dolor que decía “¡Kassian, corre! ¡Vete!” Eso nunca podrá desaparecer… Esos
ojos llenos de horror y lágrimas diciendo “te amo” aun cuando los congelados
labios estaban sellados. Esa sangre corriendo por el suelo quebrado de la desgastada
casa…
¿Por qué corrí? ¿Por qué los dejé? ¿Por qué….
— ¡Damas y caballeros! ¡Ha llegado el momento de
presentar ante ustedes a la estrella de esta noche, quien ha hecho posible este
evento y que finalmente nos deleitará con su exquisita música! ¡Reciban con el
más cálido de sus aplausos a Kassian Fassbinder!
En el escenario sólo quedó una única luz, iluminando el
centro donde estaba una silla para mí. La multitud no cabía en el teatro,
parecían hormigas desde aquí. Me senté. Mi corazón latía con la misma fuerza de
ese 04 de Septiembre en casa, cuando toqué mi primera melodía. Mi cello ya no
era viejo, ni la madera desgastada, pero lo sentí tan familiar como aquella
vez. Respiré hondo. No era mi primer concierto, desde luego, pero éste tenía un
significado especial. Hoy se cumplían 22 años desde ese día. Cerré los ojos y
puse mis manos y mi instrumento en posición.
—Esto es por ti— susurré.
Y comenzó la función.
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