martes, 28 de julio de 2015

TRISTEZA



Ella entra a mi habitación, recorre cada espacio como si también fuera suya, aunque la verdad es que yo la esperaba. En realidad, esta noche, y con más fuerza que nunca, la evoqué. La quería aquí. Quería que me impregnara con su aliento, que me diera calor con su frío, que sus largos vestidos con aires melancólicos se convirtieran en las sábanas que me esconderían y espantarían mis miedos, y que, bajo ellas, se fundiera conmigo en un abrazo eterno, sublime. 
Pero no suave. 
Ella me estrechará contra su pecho, tal vez mis huesos se quejarán y mi alma estallará en gemidos sordos; sentiré mi escuálido cuerpo desfallecer ante su insinuación. 

Y cuando comience a doler, cuando sienta aquel gélido aire entrar sigilosamente entre mis senos y depositarse allí, en un ladito, en el corazón, congelando cada nervio, cada arteria. Cuando sienta cómo uno a uno cada recuerdo se hiela, al igual que cada pensamiento, cada sentimiento o cada ráfaga de imagen borrosa del pasado. Cuando los oiga crujir, detenerse y luego convertirse en una tétrica pero hermosa estructura de hielo...
En ese momento, sí, cuando las lágrimas se deslicen silenciosamente por mis mejillas; entonces ella las limpiará. Susurrará con sus ojos que todo estará bien, y me dirá con sus manos que siempre estará aquí.
Y aunque yo no la quiera, aunque me haga daño, me reconforta su promesa. Una promesa que sabe a llanto, a herida y a sangre.
Que sabe a memorias rotas.

~DF

lunes, 20 de julio de 2015

HUMO


Allí estabas tú. Mi ángel en la oscuridad. Te vi. Supe que te quería.


Tus brazos me protegían, me resguardaban, eran como una muralla infranqueable donde nada ni nadie podía dañarme. Eran mi promesa de seguridad… pero más que seguridad, felicidad.

¿Dónde estás ahora? Veo el espacio que te pertenece en este desgastado colchón, aún está tibio, deberías estar aquí, ¿por qué no te siento?
¿Será que he perdido mi capacidad de sentir? ¿Será que tú te has perdido?

Mi memoria también comienza a fallar. Ya no recuerdo la última vez que mis labios ardieron con el furor de los tuyos, en su lugar tengo escamas. Soy toda grietas, toda desierto. Me estoy secando, y tú ya no eres agua.

Tampoco recuerdo cómo es que late un corazón… uno enamorado. ¿Mi corazón late aún?

Y es que el tiempo vuela, ¿no lo crees? Y cruelmente se ha ido llevando una a una mis esperanzas. Es despiadado, ruin. Con sublime sutileza ha suplantado mi tez suave por una frágil y áspera, se ha tomado la tarea de escoger mis cabellos, hebra por hebra, y pintarlos con sus largos dedos; ya no son negros, ahora tienen color humo. Humo es mi cabello, humo es mi aliento. Como humo se dispersa mi vida.

Y sigo sin saber a dónde te has ido, amor.

En mi anular aún mantengo esa promesa, sé que sigues vivo aunque ya ni a ti te recuerdo.

Mis memorias se esconden entre álbumes, pero no quiero buscarlas, no quiero vivir de ellas, estoy cansada de imágenes sonrientes. Les temo. No confío en risas que no puedo oír.

En ocasiones te encuentro, cuando el silencio es tan fuerte que aturde y cuando la oscuridad lo llena todo, en ese momento puedo verte. Tú. Vuelves a ser mi ángel. Tus brazos me vuelven a acunar y me siento protegida de nuevo. Me siento en casa. Pero ese abrazo ahora es tan efímero como un suspiro, tus brazos ya no son una muralla. Antes me refugiaba en ellos, ahora me congelan. Tengo frío, y tú ya no eres fuego.

...

Esta noche volví a encontrarte, y aún había luces encendidas; volví a encontrarte, a pesar del ruido. Eras tú, durmiendo a mi lado. Pero esta noche, aunque te veía, no te sentí. Aunque tu aliento era tibio y tu cuerpo aún irradiaba calor, mis huesos tiritaban.

Eras tú, era yo, pero ya no éramos nosotros.  


Después de todo, el humo se dispersa, huye, vuela y desaparece… Y yo soy humo.

~DF

martes, 14 de julio de 2015

RELATO

“La buena música calma mi alma, me lleva a otro lugar, lejos de mis problemas”


 ¡Papá, yo quiero ser como tú cuando sea grande! —exclamaba el chiquillo mientras reposaba en el regazo de su padre; un hombre cercano a los 40 años, de cabello oscuro y algunas canas asomándose con timidez. Su nombre era Kasper, y era un ex marine. Había renunciado a su profesión algunos años atrás para dedicarse a lo que siempre fue su verdadera pasión: la música. Cabe aclarar cuál fue la otra razón para darse de baja: Kasper había perdido una pierna en combate. Ante los ojos de Kassian, el pequeño niño pálido y flacucho de 5 años, su padre, ese hombre instalado en el único sofá de la escuálida casa, era el héroe más grande del mundo. ¡Y además era un mago! Sí, lo que Kassian presenciaba todas las noches en su pequeño, pero feliz, hogar era mágico y siempre se hacía la misma pregunta: ¿Cómo puede papá hacer que ese cajón tan grande y feo suene tan bonito? Un poco después fue que descubrió que no se trataba de magia, ni de algún poder fuera de lo natural; pero que al mismo tiempo se trataba de eso, y de mucho más, a fin de cuentas, ¿qué es la música? ¿Acaso no es en muchas ocasiones la fuerza que nos mantiene vivos?, ¿acaso no es capaz de curar hasta la más profunda herida, esa que viene del alma? ¿Cómo podría eso lograrse sin un poco de magia?

Las primeras lecciones de Cello resultaron frustrantes para el pequeño niño que aún no podía siquiera diferenciar, sin pensar menos de cinco segundos, cuál era la mano izquierda y cuál la derecha. Entre lágrimas afirmaba que no podía hacerlo y su padre con voz tierna y sutil le repetía una y otra vez: “Nunca digas que no puedes hacer algo. Tú eres fuerte. Eres mi hijo. Y puedes lograr todo lo que te propongas. Llegarás lejos, hijo, sólo confía y nunca te des por vencido, pues, sólo es imposible aquello que se deja de intentar”. Y luego de secar las lágrimas de su hijo, la lección volvía a comenzar.

La madre de Kassian, una hermosa mujer de facciones finas, de quien el pequeño había heredado la mayoría de rasgos físicos, insistía en que era una rutina muy estricta para un niño, que él debía jugar y recrearse como los demás. Pero ella aún no descifraba que su hijo no era como los demás. Por las venas de su hijo corría algo que lo hacía distinto al resto. Kassian tenía un espíritu insaciable. Esto lo heredó de su padre.

El regocijo que invadió el alma del pequeño cuando logró interpretar su primera pieza, con algunos fallos, por supuesto, fue algo incomparable. Todos estaban reunidos en la sala cuando Kassian, con su melena despeinada, sin calzado ni camisa y sólo un short, entró corriendo con el gran instrumento en su mano y sin decir palabra alguna comenzó su gran función. Su corazón latía desbocado, sus manos aún pequeñas pero más adiestradas en el arte se movían temblorosas, una sobre las cuerdas del magistral instrumento y la otra moviendo con timidez el arco, dando lugar a aquellos tonos bajos tan perfectos que, al interpretarlos, sentía como éstos se deslizaban a través de la vieja madera, arrastrándose como una sombra entre las cuerdas hasta fusionar en la piel de sus dedos y desde allí viajaban por el interior  de sus brazos, haciéndose uno con la sangre que corría por sus venas, adueñándose de su cuerpo entero. La música se hizo una con él. Ya no existía música sin Kassian, y ya Kassian no existía sin ella. Por los ojos de aquel orgulloso padre corrían lágrimas de felicidad. —Te dije que podías hacerlo—fue lo que le dijo al ruborizado y sudoroso niño en el abrazo que apagó todos y cada uno de sus miedos. El abrazo que arropó su alma con esa calidez que aún Kassian es capaz de sentir hoy día. Y que ni siquiera la gélida guerra pudo enfriar.


... ¡Ah, la guerra!


Desde esa primera exitosa presentación de Kassian, todas las noches la familia Fassbinder, formada por Kasper y Jahdia Fassbinder, además de tres pequeñas niñas, se reunían para escuchar al nuevo músico oficial de la familia y celebraban con gozo el progreso del mismo. Pero una de esas noches el concierto no pudo finalizar... Gritos, disparos y algunas explosiones tomaron el lugar que le pertenecía a la mágica melodía del cello. Todas las imágenes son borrosas, todos los recuerdos se esfuman con el tiempo, pero ese grito de dolor que decía “¡Kassian, corre! ¡Vete!” Eso nunca podrá desaparecer… Esos ojos llenos de horror y lágrimas diciendo “te amo” aun cuando los congelados labios estaban sellados. Esa sangre corriendo por el suelo quebrado de la desgastada casa…
¿Por qué corrí? ¿Por qué los dejé? ¿Por qué…. 

— ¡Damas y caballeros! ¡Ha llegado el momento de presentar ante ustedes a la estrella de esta noche, quien ha hecho posible este evento y que finalmente nos deleitará con su exquisita música! ¡Reciban con el más cálido de sus aplausos a Kassian Fassbinder!
En el escenario sólo quedó una única luz, iluminando el centro donde estaba una silla para mí. La multitud no cabía en el teatro, parecían hormigas desde aquí. Me senté. Mi corazón latía con la misma fuerza de ese 04 de Septiembre en casa, cuando toqué mi primera melodía. Mi cello ya no era viejo, ni la madera desgastada, pero lo sentí tan familiar como aquella vez. Respiré hondo. No era mi primer concierto, desde luego, pero éste tenía un significado especial. Hoy se cumplían 22 años desde ese día. Cerré los ojos y puse mis manos y mi instrumento en posición.

—Esto es por ti— susurré.


Y comenzó la función.